Una de mis últimas lecturas ha sido la novela "El rey recibe", de Eduardo Mendoza. A mí me gusta decir la verdad, y sinceramente tengo que indicar que no me ha gustado este libro. Me ha costado mucho seguir su hilo narrativo y he terminado esta novela con gran dificultad.
No he disfrutado con su lectura y en mi apreciación personal le concedo como nota un aprobado alto. No puedo darle una puntuación mayor. Esta novela ha sido editada por Círculo de Lectores.
Sinopsis: Qué
puede esperar de la vida el joven Rufo Batalla, quien al terminar sus
estudios de Filología ha acabado como plumilla en un periódico a falta
de algo mejor? No mucho, la verdad. Pero por suerte para él, su talante
lo predispone de forma innata para la aventura: un poco de curiosidad y
un mucho de pereza como para resistirse a lo que el destino quiera hacer
con él. Por ejemplo: es el verano de 1968 y nadie en el periódico
quiere ir a Mallorca a cubrir la boda de un desconocido príncipe en el
exilio con una señorita de la alta sociedad inglesa. Y como Rufo es el
último mono y, además, sabe inglés, para allí que va. Tras un
malentendido y algo de diplomacia fallida, el periodista acaba
entablando amistad con el protagonista de la boda, el príncipe Tadeusz
Maria Clementij Tukuulo. «Bobby para los amigos.» La relación entre
ambos continuará a lo largo del tiempo, ya que el príncipe le encomienda
escribir la crónica de su historia y la de su ignoto país.
Mientras avanza en el encargo, Rufo cambia el sofoco de la España
franquista por Nueva York, con la esperanza de hacer algo emocionante
con su vida. Al final consigue un empleo gris en una oficina de la
Cámara de Comercio y es cierto que lo emocionante no le ocurre a él,
pero ocurre: los movimientos por la igualdad racial, la reivindicación
gay, las nuevas expresiones culturales, el feminismo... todos los
fenómenos sociales que en los años setenta impactaron al mundo. Testigo y
cronista de estos hechos, Rufo también es un lejano espectador de los
cambios que se producen en España, de la Transición que se asoma, y
acepta con dignidad y regocijo el papel de quien se ha colado en dos
fiestas distintas a destiempo y no le queda otra que seguir bailando.