lunes, 31 de agosto de 2015

"Ladrones de Tinta", de Alfonso Mateo-Sagasta.

Una buena novela histórica sobre el Madrid de Cervantes, en pleno Siglo de Oro. Aquí su autor Alfonso Mateo-Sagasta traza una sugerente historia para saber quién se esconde tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellanada, autor del libro conocido como el Quijote de Avellaneda, publicado, según su pie de imprenta falso, en Tarragona en el año de 1614.
En líneas generales, debo indicar que he disfrutado con su lectura y recomiendo esta novela a los futuros lectores. En este libro su autor viaja al siglo XVII para introducir en la trama personajes reales como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Francisco de Robles, y traza un argumento que despierta el interés del lector amante de la historia.
No se ha encontrado hasta el momento ningún Alonso Fernández de Avellaneda a lo largo de la historia. Sin embargo, todos los cervantistas están conformes en que se trata de un pseudónimo, por lo que se han llegado a proponer múltiples conjeturas y teorías sobre la verdadera autoría de la obra.  Entre los autores con más probabilidades y candidatura más asentada figuran Pedro Liñán de Riaza (quien, habiendo fallecido, habría visto terminada su obra por sus amigos Baltasar Elisio de Medinilla y Lope de Vega), Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola, Jerónimo de Pasamonte y Cristóbal Suárez de Figueroa.
Esta novela ha sido editada por la Editorial Zeta Bolsillo y en mi apreciación personal le concedo la máxima nota: un sobresaliente. Recomiendo este libro a los lectores.
Sinopsis: Madrid, verano de 1614. Han pasado diez años desde que Francisco Robles editara El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, una novela descabellada de Miguel de Cervantes que tuvo un éxito incandescente. A su estela, un autor desconocido, Alonso Fernández de Avellaneda, acaba de publicar una segunda parte de aquella historia a espaldas del autor y editor originales. Robles, frustrado y furioso por lo que le parece un robo que mermará sus ganancias y preocupado por los insultos que se dedican a Cervantes ya desde el prólogo, encarga a uno de sus empleados, Isidoro Montemayor «eterno aspirante a hidalgo, gacetillero, corrector de pruebas de imprenta y tahúr», que averigüe quién se oculta tras el evidente seudónimo. Desde los círculos literarios más selectos hasta los tugurios de peor reputación, Isidoro Montemayor seguirá las pistas que, entre intrigas palaciegas, envidias perniciosas y juegos de corte, le llevarán a desvelar el misterio literario más relevante del Siglo de Oro.