viernes, 21 de junio de 2013

"El último invierno", de Raúl Montilla.

Estamos ante la obra ganadora del primer Certamen Internacional de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. Su lectura me ha resultado gratificante y placentera, y me ha servido para conocer la dureza, la crueldad y los sin sabores de la guerra civil al contar su autor la toma de Barcelona por los nacionales en el mes de enero de 1939.
En la novela salen a relucir las ejecuciones sin juicio alguno y ocurridas en la retaguardia, mostrando el odio que había entre ambos bandos nacionalista y republicano. Los paseíllos estaban al orden del día y se buscaba tomar represalia contra el bando perdedor.
Quizás la novela refleja una imagen del ejército republicano un tanto esperpéntica: apenas cuenta con efectivos y medios, prefieren no luchar, se entregan o huyen hacia Francia.
Sinopsis: Durante la madrugada del 24 de enero de 1939, Miquel siente que casi ya no tiene fuerzas para empuñar su fusil, mientras permanece escondido en un oscuro sótano de Vallirana. Es consciente de que el ruido de los proyectiles no va a cesar, y el rumor de los pasos de los moros que recorren su vivienda en su busca, tampoco. Junto a él, el Bachiller, que lleva ya tres años de guerra, y el teniente; los tres ocultos y con un único deseo: sobrevivir.
En la ciudad hay muchos personajes más: una pareja de militantes del POUM que ahora teme que los llantos de su bebé puedan alertar de su presencia al resto de los vecinos; o Vicenç, quien por fin vuelve a casa, a Sant Feliu de Llobregat, huyendo de la guerra, junto a su madre; o el capitán de los regulares Matías Puig, quien recién llegado a Barcelona, pasa de ser militar de carrera a investigador a la búsqueda de rojos; mientras, su suegro, don Jacinto, se reúne en el Zúrich con sus amigos, en lo que tendría que haber sido una celebración de cariz muy distinto. Y también el viejo coronel, doblado por el lumbago y desahuciado en una vieja pensión de La Rambla, que con la guerra espera que acabe todo lo demás.
Durante las últimas horas de la Guerra Civil en Barcelona y las primeras del régimen franquista, se pasó de la creencia de los más convencidos de que el Llobregat sería un nuevo Jarama a una multitudinaria misa en el corazón de Barcelona.